El primer día. Los relojes marcan las siete y treinta y siete minutos, ella prende la luz y comienza a vestirse, luego se dirige a tomar tres sorbos de agua, lava sus manos, sus dientes, levanta la vista, se mira, se busca. El reflejo comienza a indagarla, a preguntarle, constata la vida con los ojos, con esa sensación de sentirse viva, da dos vueltas a las llaves de la puerta de su casa, la abre y sale.
El segundo día, los relojes de la casa marcan las siete y treinta y siete minutos, ella prende la luz y comienza como lo hace rutinariamente a vestirse, toma tres sorbos de agua, lava sus manos, sus dientes, deja el agua correr, lava su cara, y con una toalla va secándola de a poco, levanta la vista y está ahí en frente, reflejada, teniendo la sensación de desconocerse. Con la impresión de no sentirse tan viva, sale de su casa.
El tercer día, los relojes de la casa marcan las siete y treinta y siete minutos, ella prende la luz y comienza como lo hace rutinariamente a vestirse, toma tres sorbos de agua, lava sus manos, sus dientes, lava su cara, el espejo que está en frente se triza y los pedazos de vidrio comienzan a caer, comienza a olvidar todo lo que hizo, no se refleja, no ve, no existe.
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